Como si tuviéramos la mejor educación del mundo, en el 2012 el Ministerio de Educación solo gastó el 43% de su presupuesto de inversión. Se dio el lujo de dejar sin usar S/.978 millones, que regresaron al Tesoro Público. Es realmente escandaloso. Pareciera que no tuviéramos conciencia de que nos encontramos en los últimos lugares en el mundo en rendimiento escolar y que no nos preocupa que la mayor parte de nuestros hijos, particularmente los de menores recursos, no sea después capaz de optar por carreras que les permitan incorporarse al mundo del futuro, profundizando las diferencias sociales en nuestro país.
¿Así pretende el ministerio administrar, por ejemplo, la nueva carrera pública magisterial, un sistema complejo y delicado que no puede fracasar y que requiere de unas capacidades gerenciales y técnicas sofisticadas? ¿Cómo las adquirirá si ni siquiera puede ejecutar proyectos relativamente sencillos? No cabe duda de que este sector requiere de una reforma y un fortalecimiento en sus medios de gestión urgentes y de primer orden. Por allí debería comenzar el ‘shock’ de gerencia anunciado ya hace unos meses por el ministro de Economía.
El mejoramiento radical de la educación es un gran objetivo nacional y para lograrlo no hay otra manera que unir esfuerzos. Esto significa, concretamente, que el ministerio debe ser capaz de procurar una alianza poderosa con el sector privado y con la sociedad civil para identificar todas las áreas posibles de colaboración y de gestión conjunta. Esto va desde el diseño y ejecución de los programas de capacitación y mejoras curriculares, que ahora el ministerio no puede avanzar, tercerizándolos, hasta la gestión de los colegios públicos por entidades privadas como Fe y Alegría, escuelas de alternancia, IPAE (que son exitosas), empresas y organismos no gubernamentales que han demostrado en la práctica que las escuelas que gestionan en la actualidad logran de sus alumnos rendimientos apreciablemente superiores al promedio. Es hora de acabar con la tara de la desconfianza y diseñar un esquema de incentivos y facilidades que permita que esas mismas entidades y otras que quieran sumarse a este esfuerzo nacional extiendan esos sistemas de cogestión a la mayor proporción posible de centros educativos públicos.
Diversas empresas privadas están cada vez más comprometidas con la educación. El programa de inclusión digital Empresarios por la Educación, por ejemplo, ha alcanzado ya a más de 70 mil maestros. Los libros “Matemáticas para todos”, de Apoyo, con el patrocinio de veinte empresas, están en casi mil colegios. Y así hay varios otros programas muy promisorios. Ya están dadas las condiciones para una gran alianza público-privada para sacar la educación pública adelante.
Pero hay que ir incluso más allá. Es hora de un cambio radical. Es necesario empoderar a los usuarios. Darles a los padres de familia vales para que sus hijos puedan asistir al colegio de su preferencia, público o privado. Al mismo tiempo, por supuesto, se requiere empoderar también a los propios centros educativos, a sus directores y a la comunidad, a fin de que puedan tomar decisiones que les permitan mejorar la calidad de la educación que ofrecen y competir así en mejores condiciones. Estos colegios podrían convertirse en asociaciones civiles al estilo de los comités locales de administración de salud (CLAS), que funcionaron mejor que las postas médicas regulares del ministerio. En algunos casos se podrá transferir los colegios a sus profesores, cuando estos hayan demostrado excelencia en sus capacidades pedagógicas y de gestión. O concesionarlos al sector privado. O sencillamente entregar su gestión a organismos privados, como los casos de Fe y Alegría e IPAE arriba mencionados. Tendríamos, así, varios esquemas en competencia, a los que se suman, por supuesto, los centros educativos propiamente privados.
Es hora de liberar toda la capacidad de iniciativa que pueda haber en la sociedad para mejorar la educación pública. No ponerle cortapisas sino acogerla y dejarle el campo libre para que se despliegue. No podemos seguir perdiendo el tiempo con la ilusión de un crecimiento económico que termine agotándose en la inopia de los conocimientos a los que hasta hoy pueden acceder la mayoría de peruanos.
Fuente: Editorial del Comercio.pe
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